Soy profesor interino. Sí, así es; soy uno de los pocos supervivientes de la masacre de más de 2.000 puestos de trabajo realizada por la consejería de Educación de la Región de Murcia. Una rara avis que ha logrado seguir trabajando este curso tras seis años de servicios como profesor de Matemáticas. Soy, a pesar de todo, ‘uno de los privilegiados’ que, tras cuatro meses de paro ha logrado trabajo a 180 kilómetros de casa. Y no me avergüenzo.
El año pasado vi cómo nos hacían retroceder un escalón más con respecto a nuestros compañeros funcionarios, pues no sólo nos privaban del derecho a cobrar las vacaciones, además nos menospreciaban. Los distintos agravios y los recortes hicieron tambalear nuestro presupuesto familiar, y condenó a muchos de nosotros al desempleo. Como seis millones de ciudadanos de este país, tenía un grave problema laboral.
Si miramos someramente las cifras de despidos en el ámbito educativo, nos hallamos con un ERE inmenso en el sector público que afecta a más de 2.000 profesores en la Región de Murcia, 4.500 en AndalucíaÉ más de 60.000 en todo el país. A nadie parece alarmarle mucho porque se prescinde de interinos, eventuales, y encima tenemos la todopoderosa máquina publicitaria del Gobierno con mezquinas campañas de desprestigio contra el profesorado, ofreciendo una imagen de ‘vagos’ e ‘ineptos’ y como el ‘problema’ de la Educación del país.
Sin embargo, lo que tratan de ocultar dichas campañas es la realidad: aulas masificadas, eliminación de becas de libros, de transporte y de comedor, sobrecarga lectiva del profesorado, sustituciones que no se cubren, insuficiencia de recursos de los centros educativos… Ellos hablan de medidas de control, reequilibrio, racionalización y optimización del gastoÉ Los que trabajamos en las aulas diariamente vemos, desde dentro, cómo la Educación pública se desmorona por los continuos ataques a los que es sometida precisamente por quienes tienen el mandato ciudadano y democrático de su defensa y promoción. Produce estupor y vergüenza.
Para ello, han decidido ir atacando por partes; y una de ellas soy yo: un interino. Durante las últimas semanas hemos vuelto a sufrir más ataques, y no es casualidad que en menos de cuatro semanas se hayan producido encierros en las consejerías de Educación de Murcia, Valencia y Madrid. En recientes fechas se filtraron desde Madrid datos manipulados por nuestros gobernantes para decirle a la sociedad que los interinos «son unos ignorantes»; y todo para justificar el desprestigio de unos profesionales que, hasta ahora, habían sido avalados por ellos mismos.
Se abrió el debate, la polémica. Se abrió la veda contra el interino; ese titulado universitario que ha pasado por las pruebas selectivas de la Administración pública (en los concertados y privados no se pasa prueba alguna de conocimientos), que en todo momento ha cumplido, que se ha ido formando en idiomas, nuevas tecnologías, pedagogía, que cursa posgrados, y que cuenta con experiencia en las aulas. ¡Pero qué desfachatez y qué poca preparación, oiga! ¿Cómo es que no se contrata a los mejores?
La intención de la Administración es clara: acabar con los acuerdos que en cada Comunidad rigen el trabajo del profesorado interino. Estos acuerdos son nuestro ‘convenio colectivo’ y determinan nuestros derechos laborales; son los que han dotado de algo de estabilidad a un colectivo caracterizado, precisamente, por la ausencia de ésta.
El colapso producido por los recortes ha sido tal que la Administración se encuentra con un gran problema: más de 60.000 profesores en paro. Y ahora la única solución que ofrece es precarizar aún más el trabajo docente. Que los que tienen experiencia, y los que no, se peleen por las migajas. Hasta ahora todos los nuevos aspirantes que obtenían buenas notas en oposiciones iban accediendo a trabajar. Así lo hemos hecho todos; que nadie se engañe. Lo que nos plantea la Administración ahora, además, es una falsedad: no se quiere seleccionar a los mejores profesores.
Entonces, ¿se lucha mejor contra el fracaso escolar con opositores que aprueban un examen, caracterizado por una enorme subjetividad, y no han pisado un aula? ¿Ya no son útiles los profesores que han trabajado hasta ahora? ¿Qué ocurre con la formación que ha ofrecido la Administración? ¿Se dilapida, sin más? Está claro que no quieren a los mejores. Sencillamente se sustituyen unos por otros con un sistema en el que un interino que haya aprobado dos veces las oposiciones, bilingüe y con diez años de experiencia se quede en la calle. Se buscan trabajadores precarios, baratos y con menos derechos. Eso es todo.
En estos momentos no puedo dejar de mirar atrás y recordar los días en los que los profesores, interinos o no, eran mirados con admiración, y aquellos días en los que mis padres, ambos maestros, dedicaban sus horas libres, sus vacaciones y su vida a sus alumnos. Pero sobre todo, recuerdo lo orgulloso que me sentía cuando los paraban por la calle, padres y antiguos alumnos, y les agradecían su labor. Ahora, al recordarlo, siento pena y tristeza. Ahora, la Administración ha abierto la veda, y el ‘tiro al interino’ es sólo la punta del iceberg.