Las elecciones europeas dejan una fotografía nítida de la deriva del continente europeo: el avance de una extrema derecha envalentonada por las lógicas de guerra y la miseria propia de un capitalismo desatado es absoluto. Desde Portugal hasta Polonia la extrema derecha tiene un protagonismo inédito desde la constitución de la Comunidad Económica Europea. Si alguna vez fue real el imaginario de una Europa cohesionada alrededor de los derechos humanos y las garantías sociales, lo que ponen de manifiesto los resultados del pasado domingo es que las fuerzas que empujan para desterrar ese paradigma avanzan a gran velocidad e incluso son mayoritarias en algunos países. Como resultado de esa deriva, los partidos de izquierda siguen enredados en una madeja de contradicciones que les impiden levantarse de cada golpe que reciben, no son creíbles para las “mayorías sociales” a las que apelan y la socialdemocracia se atisba como un oponente melifluo a los gobiernos conservadores que son mayoritarios en la Unión Europea. Más a la izquierda, por un lado vemos candidaturas autodenominadas ecologistas que apoyan conflictos bélicos como el de Ucrania o que miran para otro lado como ocurre con el genocidio en Palestina o unas “izquierdas de los pueblos” de presencia testimonial y donde abundan las canas en sus discursos.
Análisis especial merece el caso de España. Aunque los dos grandes partidos tratan de llevarse los laureles (PP) o salvar los muebles (PSOE), lo cierto es que la abstención ha sido la opción mayoritaria para buena parte de la ciudadanía. Esto no significa lamentablemente que ese espacio abstencionista sea un activo en el proceso de deslegitimar el régimen, muy al contrario, también aquí electoralmente la extrema derecha capitaliza el desafecto con sus propios intereses: manipulación como norma, racismo y machismo como bandera y explotación de la clase obrera como hábito. Esta fotografía es fruto de un proceso paulatino de desintegración de un espacio político que surgió hace diez años acaparando portadas, tertulias y titulares. La izquierda de la izquierda que se auto designó como heredera del 15M, apuñalando sistemáticamente alguna de las concepciones que surgieron en ese movimiento ciudadano, ha terminado empeorando lo que quería enmendar. Sus luchas fratricidas, sus egos permanentes y la exposición pública de sus miserias han arruinado el crédito que alguna vez tuvieron para una parte de la ciudadanía. La caída en picado además parece que no va a detener su voluntad de autodestrucción antes las cámaras, al contrario, frente al espejo de sus últimos fans siguen siendo los más guapos. Mientras, el barco que pusieron a flote se hunde a los ojos de todo el mundo y el “rupturismo” lo acaparan ahora fanáticos de la conspiración y un partido ultraderechista con nombre de diccionario.
En ese escenario, la lectura de los acontecimientos no debe dejarse arrastrar por el pesimismo. El sindicalismo combativo está en crecimiento, la afiliación a CGT crece cada día y lo mismo ocurre con otras organizaciones anarcosindicalistas. Estamos además en un momento de confluencia en las luchas que va más allá de los centros de trabajo, también está en las calles de los pueblos y barrios. Nunca como ahora hubo un nivel de organización social como el que están acaparando las luchas por el derecho a la vivienda, por la diversidad sexual, por el feminismo, contra el racismo institucional o contra el cambio climático y la destrucción de los territorios. Los tiempos en que caminábamos dándonos la espalda han pasado, ahora abajo a la izquierda hay un nuevo espacio de encuentro ilusionante que ha conectado con lo mejor de aquel 15M que abarrotó plazas. Y ese magma de diversidades es netamente antifascista, desde una perspectiva más amplia que nunca porque además de memoria tiene mirada de futuro. Desde el Secretariado Permanente de la Confederación General del Trabajo (CGT) animamos al conjunto de la clase trabajadora de los pueblos del Estado español para unirse a la ola del verdadero cambio, de la auténtica impugnación, la del final del capitalismo y la explotación. La lucha no está en los partidos políticos, sino en un sindicalismo social, de clase, autónomo, internacionalista y combativo donde colectivamente podamos construir desde ya el mundo que queremos.
En este lado de la barricada, desde el anarcosindicalismo y el antifascismo, nos encontraremos todxs unidxs en la lucha hasta la victoria final.