«Trato adecuado a circunstancias de seguridad y orden del establecimiento penitenciario». Son las once palabras textuales con las que los responsables del Ministerio del Interior justificaron ayer el trato de favor que la dirección de la prisión abulense de Brieva ordenó dispensar a Cristina de Borbón el pasado domingo cuando visitó por primera vez a su marido, Iñaki Urdangarin, en el penal de Ávila.
Según revelaron ayer fuentes penitenciarias de Brieva, sometidas a un control informativo sin precedentes para evitar filtraciones, el «equipo de seguridad» de Cristina de Borbón notificó pasado el mediodía del domingo (solo con unos minutos de antelación) que la hermana de Felipe VI iba a visitar a su esposo y que el centro penitenciario tenía que tener todo dispuesto para las 14.00 horas. Para entonces, el primer turno de visitas había concluido, pero la dirección del centro dio «órdenes estrictas» para prepararlo todo para la llegada de la exduquesa de Palma y que su visita pasara desapercibida.
Efectivamente, pasadas las 14.00 horas –apuntan estas mismas fuentes que piden absoluto anonimato– la infanta Cristina llegó a Brieva a bordo de una furgoneta con los cristales tintados que entró en el recinto penitenciario. Los funcionarios ni siquiera le dieron el alto. Tampoco hubo identificación previa, algo totalmente inusual en un centro penitenciario, a cuyo recinto está totalmente prohibido que accedan vehículos privados, más allá de los aparcamientos aledaños dispuestos al efecto.
La mujer de Urdangarin, que no se vio obligada a deambular por las partes exteriores del centro como el resto de visitantes a la espera de pasar el control o ser llamados para ‘comunicar’ con los internos, fue conducida directamente al módulo masculino, donde su marido es el único residente.
En ningún momento, tal y como marcan las normas de la cárcel abulense para los familiares de cerca del centenar de mujeres que cumplen condena en este penal, Cristina de Borbón guardó cola para acceder a la ‘comunicación’ con el preso. Es más –confirman diversas fuentes– la hija de don Juan Carlos no se mezcló con ninguno de los familiares de los internos porque ni entró por el ingreso lateral reservado a las visitas ni pasó el control ni fue sometida a los trámites y cacheos habituales. Solo se le retiró el móvil y se acreditó su identidad, pero sin pasar por el papeleo habitual.
Según los escasísimos funcionarios que presenciaron la llegada, la infanta Cristina no tardó más de cinco minutos en flanquear todos los controles de Brieva, un proceso que, durante los fines de semana, puede demorarse «bastante más allá de media hora» para los visitantes sin privilegios.
La infanta Cristina estuvo 40 minutos de comunicación con su marido pero su visita fue tan inusual que ni los medios de comunicación ni la inmensa mayoría de las internas de Brieva supieron del viaje de la infanta, que abandonó el centro, de nuevo, con trato ‘vip’, a bordo de su vehículo privado de cristales tintados y sin pararse en ningún control de salida.
«Se ha venido abajo»
Afirman los escasísimos funcionarios que tuvieron ocasión de cruzarse con la infanta que la hermana de Felipe VI tuvo un gesto serio y que salió de su visita todavía con semblante más adusto. Sin duda Cristina de Borbón se habrá visto afectada por el estado anímico de su marido, que –apuntan estas fuentes– «se ha venido abajo» en los primeros días de su encarcelamiento, debido al «aislamiento extremo» al que se ha «autosometido», al haber elegido una cárcel de mujeres para cumplir la condena de cinco años y diez meses impuesta por el Supremo.
Desde que ingresara en el módulo masculino de Brieva el pasado 18 de junio, el cuñado del jefe del Estado solo ha tenido contacto con «un puñado de funcionarios». No tiene ningún tipo de actividades ni talleres, el exiguo patio del pabellón no le permite la práctica de ningún deporte y solo puede tener algo de distracción en un rudimentario gimnasio y en la sala de televisión.